Una de las cosas que aprendí durante mi curso de Edición Independiente fueron los diferentes tamaños con las que se suelen imprimir los libros. No os voy a aburrir con números, pero básicamente todos tenían algo en común: el libro solía ser siempre más alto que ancho, lo cual permitía que la lectura fuese mucho más cómoda.
Parece sentido común, ¿no creéis? Intentar hacer una edición lo más bonita posible, siempre y cuando la experiencia del lector no sea vea perjudicada.
No obstante, y quitando todo tipo de ediciones especiales, cuyo contenido, imagen o cualquier otro elemento hace preciso un aumento considerable de dimensiones, hay algunas obras cuyas medidas, entorpecen el modo en el que un cliente puede relacionarse con su producto.
Actualmente estoy leyendo Seraphina, una obra de Rachel Hartman publicada por Nocturna —de la que aquí tenéis su reseña—. Yo no compré este libro personalmente, sino que lo hice por medio de Amazon. Tanto su portada, como las buenas opiniones que había cosechado en blogs a los que soy asiduo, hicieron que, al contrario de lo que suelo hacer, apostase por una autora de la cual no conocía nada vía internet. Yo los autores los descubro en tiendas físicas, cuando paseando por sus pasillos siento como una de sus portadas capta mi atención. Es algo entre el libro y yo, que probablemente todos los que sois lectores comprendáis. Es el libro el que a veces decide ser leído.
Este contacto libro-lector es muy complejo que pueda darse por internet. Sí, ves la portada y te llama la atención, y es posible que en tu próxima incursión en cualquier librería lo busques, pero para que te decidas a comprarlo suele ser necesario algún elemento más, que en mi caso es el sostenerlo y sentirlo con mis manos. Todo muy poético, ¿verdad?.
Dos días después de comprarla el cartero llamó a mi puerta. Todo muy normal. Firmé y tuve en mis manos el paquete, una lectura nueva, una obra que llamaba demasiado mi atención para dejarla en la estantería y que quitó el puesto a cualquier otra que tuviese pensado leer previamente. Mi sorpresa llegó cuando al abrir el paquete me encontré con un libro cuyas medidas, desde el primer momento, me hicieron pensar que no iba a ser fácil de leer.
Como podéis apreciar en estas fotos, pese a que, en efecto, el largo sigue siendo mayor que el ancho, las longitudes de ambos son muy parecidas, lo que nos deja un libro con aspecto cuadrado que, a la hora de leerlo, dificulta mucho encontrar una posición cómoda.
Nada que no se solucione tirándose en plancha a la cama y leyendo tumbado bocabajo. Pero, aun así, estando de vacaciones me resulta complicado tirarme en la tumbona del jardín y poder disfrutar de un mundo que me está atrapando, sin estar preocupándome de cómo cojo la novela.
Aunque bueno, también hay que decir que, tras tanto libro leído en formato digital en mi Kindle —algún día tenemos que hablar de la diferencia de IVA entre el libro físico y el digital— muchas veces el hecho de comenzar a leer cualquier obra en papel se me hace arduo incómodo. Sin embargo, tras unas pocas páginas me acabo acostumbrando y olvidándome de si estoy leyendo en una pantalla de tinta electrónica o en tinta impresa sobre un papel. Con Seraphina no. En todo momento estoy recordando cómo está impresa, en todo instante me preocupo de tener la mejor posición para leerlo. Y si no puedo quitarme eso de la cabeza, hasta llegar al punto de que en algunas situaciones me saca de mi lectura, es que la editorial Nocturna ha hecho algo mal.
Al final va a ser cierto eso que dicen. Los libros de papel son lo que mejor queda en las estanterías, para nada se adapta a nosotros como lo hace un libro electrónico.
Qué razón tienes. Es como cuando el libro pesa mucho. El otro día vi el último de Ken Follet en formato grande en inglés y en español, cuál fue mi sorpresa que el inglés no pesaba nada y que el español pesaba un montonazo. Creo que a la hora de hacer un libro hay que tener un montón de cosas en cuenta, como cuando haces la versión bolsillo con una letra tan pequeña que parece que te vas a quedar ciega.
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