Tras leer Cuentos del abuelo I, hoy volvemos con la reseña de Cuentos del abuelo II, de Gabriel Rodríguez de las Heras (viveLibro). Como siempre, quiero agradecer a la editorial que me haya hecho llegar este ejemplar.
Título: Cuentos del abuelo II
Editorial: viveLibro
Género: Infantil
Número de páginas: 92
Precio: tapa blanda 9,50 €
Precuela: Cuentos del abuelo I
El jilguero Blas Un jilguerillo nació con el pico torcido hacia arriba, por lo cual pasaba hambre porque la comida se le caía del pico. Su padre voló buscando consejos y ayudas para salvarlo, y hasta se enfrentó al temible gavilán. Al final, él mismo encontró la solución, un sistema que después le copiaron los humanos para dar de comer a las personas enfermas. Araceli y su muñeca de trapo Areceli era una niña tan pobre que ni juguetes tenía. Su madre recogió de la basura una muñeca toda rota, la lavó, zurció y limpió y, aunque quedó hecha un adefesio, se la entregó a su hija, quien la recibió como la muñeca más linda del mundo. Tanto la quería y mimaba que contagió su afecto a los demás. El girasol testarudo Pedro era un girasol testarudo y cabezón que, porque el hortelano lo plantó en un surco que él no quería, se declaró en huelga de cabeza vuelta. Así, mientras todos los girasoles miraban al sol, él daba la espalda. Aquello resultó un problema mayor de orden público que solo una linda girasola supo resolver.
Antes de comenzar a escribir estas líneas ya me he dado cuenta de lo difícil que va a ser hacer esta reseña. ¿Por qué? Quiero que se diferencie de la publicada hace unos días, la del primer tomo de cuentos de Gabriel Rodríguez de las Heras: Cuentos del abuelo I, y esto es muy complicado debido a que todo lo bueno que dije de ella en esa entrada quiero recalcarlo en esta.
Lo que sí que es cierto es que, una vez que ha desaparecido el efecto sorpresa con el que la magia del primer tomo de cuentos me embriagó, puedo valorar de forma más objetiva la calidad literaria que se esconde en estas páginas y, la verdad, es que tengo que volver a decir lo que dije hace unos días: estos cuentos merecen muchísimo la pena.
Cuando hice la reseña de la semana pasada, dije que leí del tirón los tres cuentos mientras estaba pasando por un mal momento en el que la tristeza fue una fiel compañera. Esta vez ese escenario había desaparecido y se había visto sustituido por la presión y el estrés que los exámenes finales producen a cualquier estudiante universitario. Las largas jornadas de estudio de Derecho Administrativo o Econometría tenían un premio, y es que cada vez que terminaba de estudiar una de las tres asignaturas que tenía que prepararme, me permitía leer un cuento.
Y, de nuevo, «bálsamo» es la palabra con la que se puede definir a estas historias. Da igual lo que tengas alrededor, la única verdad es que una vez que abras estas páginas quedarás completamente sumergido en ellas, sin posibilidad de escapar. A mí me molestaba mucho tener que dejar de leerlas para tener que ponerme a estudiar, estaba enganchado y quería saber qué iba a contar Gabriel en el siguiente cuento. Menos mal que me lo terminé en un día, porque sino no sé qué hubiese sido de mis notas.
En esta ocasión, volvemos a encontrarnos con tres cuentos:
- Araceli y su muñeca de trapo
- El girasol testarudo
- El jilguero Blas
Como pasaba en el tomo anterior, cada uno de estos cuentos será el valuarte de un valor que ningún niño debería no aprender: la importancia de la familia, descubrir qué es lo verdaderamente importante y lo que no es más que una tontería, la importancia del ingenio para resolver muchas situaciones…
Las ilustraciones vuelven a ser protagonistas de las historias. Junto con las letras crean una obra que es totalmente disfrutable por una persona de cualquier edad, incluidos los más mayores. Como me pasó con Cuentos del abuelo I, en Cuentos del abuelo II he estado tiempo mirando únicamente a los dibujos sin avanzar en la historia. Son muy agradables de ver. Transmiten paz, infancia y nostalgia.
Para acabar esta reseña, quiero volver a agradecer a Gabriel Rodríguez de las Heras que haya vuelto a hacer sonar la voz de mi abuela en mi cabeza. Es algo que nadie había conseguido hasta este momento. Gracias por devolverme a los cinco años.
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